Este Vademécum está concebido como un manual que acompaña al Documento Preparatorio, al servicio del camino sinodal. Ambos documentos son complementarios y deben leerse conjuntamente. En particular, el Vademécum ofrece un apoyo práctico a la(s) persona(s) de contacto en las diócesis, designada(s) por el obispo diocesano, para preparar y reunir al Pueblo de Dios, para que pueda dar voz a su experiencia en la Iglesia local.
Esta invitación mundial a todos los fieles es la primera fase de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, cuyo tema es “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”.
Dando la oportunidad de escuchar y dialogar a nivel local a través de este Sínodo, el Papa Francisco está llamando a la Iglesia a redescubrir su naturaleza profundamente sinodal. Este redescubrimiento de las raíces sinodales de la Iglesia implicará un proceso de aprender juntos con humildad, cómo Dios nos llama a ser Iglesia en el tercer milenio.
Este manual se ofrece como una guía para apoyar los esfuerzos de cada Iglesia local, no como un libro de reglas. Se invita a quienes tienen la responsabilidad de organizar el proceso de escucha y diálogo a nivel local, a ser sensibles a la propia cultura, contexto, recursos y limitaciones, y a discernir cómo poner en práctica esta fase sinodal diocesana, guiados por su obispo. Les proponemos tomar ideas útiles de esta guía, pero también, que tengan como punto de partida las propias circunstancias locales. Se pueden encontrar caminos nuevos y creativos para trabajar juntos entre las parroquias y las diócesis con el fin de llevar a cabo este Proceso Sinodal, el cual no tiene que ser visto como un peso agobiante que compite con la pastoral local. Al contrario, es una oportunidad para fomentar la conversión sinodal y pastoral de cada Iglesia local, para que sea más fructífera en la misión.
Muchas regiones ya han establecido procesos para comprometerse con los fieles a nivel de sus parroquias, movimientos y diócesis. Somos conscientes que hay una serie de países donde la Iglesia local ha iniciado una
propia conversación sinodal, por ejemplo la Asamblea Eclesial en América Latina y el Caribe, el Consejo Plenario en Australia, y los procesos sinodales en Alemania e Irlanda. También hay muchos sínodos diocesanos que se han realizado en distintas partes del mundo, incluyendo varios que están actualmente en curso. Estas regiones y diócesis están llamadas a articular, de forma creativa, los procesos sinodales ya en marcha con las fases del Sínodo actual que se está llevando a cabo en toda la Iglesia. Para otras regiones, la experiencia de este Proceso Sinodal es un territorio nuevo e inexplorado.
Nuestra intención es que los recursos ofrecidos a través de este Vademécum puedan proporcionar herramientas útiles al servicio de todos, proponiendo buenas y fructíferas prácticas que puedan ser adaptadas a lo largo del proceso mientras caminamos juntos. Además de este manual, el Vademécum incluye:
a) recursos litúrgicos, bíblicos y de oración disponibles online; b) sugerencias y herramientas metodológicas más detalladas, c) ejemplos de ejercicios sinodales recientes, y d) un Glosario de Términos para el Proceso Sinodal.
Es particularmente importante que este proceso de escucha se produzca en un ambiente espiritual que favorezca la apertura a compartir y a escuchar.
Por esta razón, invitamos a arraigar la experiencia local del Proceso Sinodal en la meditación de las Escrituras, la liturgia y la oración. De este modo, nuestro camino de escucha recíproca puede ser una auténtica experiencia de discernimiento de la voz del Espíritu Santo. El auténtico discernimiento es posible cuando dedicamos tiempo a una reflexión profunda en un espíritu de confianza recíproca, fe común y un objetivo compartido.
El Documento Preparatorio nos recuerda el contexto en el que se desarrolla este Sínodo: una pandemia mundial, conflictos locales e internacionales, el creciente impacto del cambio climático, las migraciones,
las distintas formas de injusticia, el racismo, la violencia, la persecución y el aumento de las desigualdades en la humanidad, sólo por nombrar algunos factores. En la Iglesia, el contexto también está marcado por el sufrimiento que experimentan los menores de edad y las personas vulnerables “a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas”.
Dicho esto, nos encontramos en un momento crucial en la vida de la Iglesia y del mundo. La pandemia del
COVID-19 ha puesto en evidencia las desigualdades existentes. Al mismo tiempo, esta crisis global ha reavivado nuestro sentido de que todos estamos en el mismo barco, y que “el mal de uno perjudica a todos” (FT, 32). El
contexto de la pandemia del COVID-19 afectará, sin duda, el desarrollo del Proceso Sinodal. Esta pandemia mundial crea verdaderos desafíos logísticos, pero también ofrece una oportunidad para promover la revitalización de la Iglesia en un momento crítico de la historia de la humanidad, en el cual
muchas Iglesias locales se están interrogando sobre el camino a seguir.
Dentro de este contexto, la sinodalidad representa el camino a través del cual la Iglesia puede renovarse por la acción del Espíritu Santo, escuchando juntos lo que Dios tiene que decir a su pueblo. Sin embargo, este camino recorrido juntos no sólo nos une más profundamente los unos a los otros como Pueblo de Dios, sino que también nos envía a llevar adelante nuestra misión como testimonio profético que abarca a toda la familia humana, junto con nuestras denominaciones cristianas y otras tradiciones de fe.
Al convocar este Sínodo, el Papa Francisco invita a toda la Iglesia a reflexionar sobre un tema decisivo para su vida y su misión: “Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del
tercer milenio” Siguiendo la senda de la renovación de la Iglesia propuesta por el Concilio Vaticano II, este camino común es, a la vez, un don y una tarea. Al reflexionar juntos sobre el camino recorrido hasta ahora, los distintos miembros de la Iglesia podrán aprender de las experiencias y perspectivas de los demás, guiados por el Espíritu Santo (PD, 1). Iluminados por la Palabra de Dios y unidos en la oración, podremos discernir los procesos para buscar la voluntad de Dios y seguir los caminos a los que Dios nos llama, hacia una comunión más profunda, una participación más plena y una mayor apertura para cumplir nuestra misión en el mundo.
La Comisión Teológica Internacional (CTI) describe la sinodalidad de esta manera: ‘Sínodo’ es una palabra antigua muy venerada por la Tradición de la Iglesia, cuyo significado se asocia con los contenidos más profundos de la Revelación […] indica el camino que recorren juntos los miembros del Pueblo de Dios. Remite por lo tanto al Señor Jesús que se presenta a sí mismo como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), y al hecho de que los cristianos, sus seguidores, en su origen fueron llamados «los discípulos del camino» (cfr. He 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22).
La sinodalidad designa ante todo el estilo peculiar que califica la vida y la misión de la Iglesia expresando su naturaleza, como el caminar juntos y el reunirse en asamblea del Pueblo de Dios convocado por el Señor
Jesús en la fuerza del Espíritu Santo para anunciar el Evangelio. Debe expresarse en el modo ordinario de vivir y obrar de la Iglesia.
En este sentido, la sinodalidad permite a todo el Pueblo de Dios caminar juntos, en escucha del Espíritu Santo y de la Palabra de Dios, para participar en la misión de la Iglesia en la comunión que Cristo establece entre nosotros.
En definitiva, el caminar juntos es la forma más eficaz de manifestar y poner en práctica la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero (DP, 1).
Todo el Pueblo de Dios comparte una dignidad y una vocación común a través del Bautismo. Todos estamos llamados, en virtud de nuestro Bautismo, a participar activamente en la vida de la Iglesia. En las parroquias, en las pequeñas comunidades cristianas, en los movimientos de laicos, en las comunidades religiosas y en otras formas de comunión, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos, todos estamos invitados a escucharnos unos a otros, para oír los impulsos del Espíritu Santo, que viene a guiar nuestros esfuerzos
humanos, introduciendo vida y vitalidad a la Iglesia y llevándonos a una comunión más profunda para nuestra misión en el mundo. Mientras la Iglesia emprende este viaje sinodal, debemos hacer todo lo posible para arraigarnos en experiencias de auténtica escucha y discernimiento, encaminándonos a convertirnos en la Iglesia que Dios nos llama a ser.
La Iglesia reconoce que la sinodalidad es parte integrante de su propia naturaleza. Ser una Iglesia sinodal se expresa en los Concilios ecuménicos, Sínodos de los Obispos, Sínodos diocesanos y en los Consejos diocesanos
y parroquiales. Existen ya muchas maneras de experimentar formas de “sinodalidad” en toda la Iglesia. Sin embargo, ser una Iglesia sinodal no se limita a estas instituciones existentes. De hecho, la sinodalidad no es tanto un acontecimiento o un eslogan, más bien es un estilo y una forma de ser con la cual la Iglesia vive su misión en el mundo. La misión de la Iglesia requiere que todo el Pueblo de Dios esté en camino, con cada miembro desempeñando su rol crucial, unidos unos a otros. Una Iglesia sinodal camina en comunión
para perseguir una misión común, a través de la participación de todos y cada uno de sus miembros. El objetivo de este Proceso Sinodal no es proporcionar una experiencia temporal o única de sinodalidad, es más bien ofrecer una oportunidad para que todo el Pueblo de Dios discierna conjuntamente cómo avanzar en el camino para ser una Iglesia más sinodal a largo plazo.
Uno de los frutos del Concilio Vaticano II fue la institución del Sínodo de los Obispos. Si bien el Sínodo de los Obispos se ha celebrado hasta ahora como una reunión de obispos con y bajo la autoridad del Papa, la Iglesia
es cada vez más consciente de que la sinodalidad es el camino para todo el Pueblo de Dios. Por esto, el proceso sinodal ya no es sólo una asamblea de obispos, sino un camino para todos los fieles, en el que cada Iglesia
local tiene una parte esencial que realizar. El Concilio Vaticano II reforzó el sentido de que todos los bautizados, tanto la jerarquía como los laicos, están llamados a participar activamente en la misión salvadora de la Iglesia (LG, 32- 33). Los fieles han recibido el Espíritu Santo con el bautismo y la confirmación,
y poseen distintos dones y carismas para la renovación y la edificación de la Iglesia, como miembros del Cuerpo de Cristo. Así, la autoridad doctrinal del Papa y de los obispos está en diálogo con el sensus fidelium, la voz viva del Pueblo de Dios (cfr. Sensus Fidei en la vida de la Iglesia, 74). El camino de la
sinodalidad busca tomar decisiones pastorales que reflejen lo más posible la voluntad de Dios, basándola en la voz viva del Pueblo de Dios (ICT, Syn. 68). Se señala que la colaboración con los teólogos – laicos, ordenados y
religiosos – puede ser un apoyo útil para articular la voz del Pueblo de Dios, expresando la realidad de la fe a partir de la experiencia vivida.
Mientras que los últimos Sínodos han examinado temas como la nueva evangelización, la familia, los jóvenes y la Amazonia, el presente Sínodo se concentra en el tema de la sinodalidad propiamente dicha.
El actual Proceso Sinodal que estamos llevando a cabo está guiado por una pregunta fundamental: ¿Cómo se realiza hoy este “caminar juntos” en los distintos niveles (desde el local hasta el universal), permitiendo a la Iglesia anunciar el Evangelio? y ¿qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer como Iglesia sinodal? (PD, 2) En este sentido, el objetivo del actual Sínodo es escuchar, como todo el Pueblo de Dios, lo que el Espíritu Santo dice a la Iglesia. Lo hacemos escuchando juntos la Palabra de Dios en la Escritura y en la Tradición viva
de la Iglesia, y luego escuchándonos unos a otros, y especialmente a los que están en los márgenes, discerniendo los signos de los tiempos. De hecho, todo el Proceso Sinodal pretende promover una experiencia vivida de discernimiento, participación y corresponsabilidad, en la que se reúne una diversidad de dones para la misión de la Iglesia en el mundo.
En este sentido, está claro que la finalidad de este Sínodo no es producir más documentos. Más bien pretende inspirar a la gente a soñar con la Iglesia que estamos llamados a ser, hacer florecer las esperanzas de la gente, estimular la confianza, vendar las heridas, tejer relaciones nuevas y más profundas, aprender unos de otros, construir puentes, iluminar las mentes, calentar los corazones y vigorizar nuestras manos para nuestra misión común (DP, 32). Así pues, el objetivo de este Proceso Sinodal no es sólo una serie de ejercicios que empiezan y terminan, sino un camino de crecimiento auténtico hacia la comunión y la misión que Dios llama a la Iglesia a vivir en el tercer milenio.
Este camino recorrido juntos nos llamará a renovar nuestras mentalidades y nuestras estructuras eclesiales para vivir la llamada de Dios a la Iglesia, en medio de los actuales signos de los tiempos. Escuchar a todo el Pueblo de Dios ayudará a la Iglesia a tomar decisiones pastorales que correspondan lo más posible a la voluntad de Dios (ITC, Syn., 68). La perspectiva última para orientar este camino sinodal de la Iglesia consiste en estar al servicio del diálogo de Dios con la humanidad (DV, 2) y recorrer juntos el Reino de Dios
(cfr. LG, 9; RM, 20). En definitiva, este Proceso Sinodal busca avanzar hacia una Iglesia más fructífera al servicio de la llegada del Reino.
En la ceremonia de conmemoración del 50º aniversario de la institución
del Sínodo de los Obispos, en octubre de 2015, el Papa Francisco declaró que “el mundo en el que vivimos, y que estamos llamados a amar y servir también en sus contradicciones, exige de la Iglesia el fortalecimiento de las sinergias en todos los ámbitos de su misión”. Esta llamada a cooperar en la misión de la Iglesia se dirige a todo el Pueblo de Dios. El Papa Francisco lo aclaró cuando dirigió una invitación directa a todo el Pueblo de Dios a contribuir con los esfuerzos de la Iglesia para la sanación: “cada bautizado debe sentirse
comprometido en el cambio eclesial y social que tanto necesitamos. Este cambio exige una conversión personal y comunitaria que nos haga ver las cosas como las ve el Señor”. En abril de 2021, el Papa Francisco proclamó
un camino sinodal de todo el Pueblo de Dios, que comenzará en octubre de 2021 en cada Iglesia local y culminará en octubre de 2023 en la Asamblea
General del Sínodo de los Obispos.
El tema del Sínodo es “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Las tres dimensiones del tema son la comunión, la participación y la misión. Estas tres dimensiones están profundamente interrelacionadas. Son los pilares vitales de una Iglesia sinodal. No hay un orden jerárquico entre ellas. Más bien, cada una enriquece y orienta a las otras dos. Existe una relación dinámica que debe articularse teniendo en cuenta los tres términos.
Comunión: En su benévola voluntad, Dios reúne nuestros pueblos distintos, pero con una misma fe, mediante la alianza que ofrece a su pueblo. La comunión que compartimos encuentra sus raíces más profundas en el amor y en la unidad de la Trinidad. Es Cristo quien nos reconcilia con el Padre y nos une entre nosotros en el Espíritu Santo. Juntos, nos inspiramos en la escucha de la Palabra de Dios, a través de la Tradición
viva de la Iglesia, y nos basamos en el sensus fidei que compartimos.
Todos tenemos un rol que desempeñar en el discernimiento y la vivencia de la llamada de Dios a su pueblo.
Participación: Una llamada a la participación de todos los que pertenecen al Pueblo de Dios -laicos, consagrados y ordenados- para que se comprometan en el ejercicio de la escucha profunda y respetuosa
de los demás. Esta actitud crea un espacio para escuchar juntos al Espíritu Santo y guía nuestras aspiraciones en beneficio de la Iglesia del Tercer Milenio. La participación se basa en que todos los fieles están cualificados y llamados a servirse recíprocamente a través de los dones que cada uno ha recibido del Espíritu Santo. En una Iglesia sinodal, toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, está llamada a rezar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para tomar decisiones pastorales que correspondan lo más posible a la voluntad de Dios (ICT, Syn., 67-68). Hay que hacer esfuerzos genuinos para asegurar la inclusión de los que están en los márgenes o se sienten excluidos.
Misión: La Iglesia existe para evangelizar. Nunca podemos concentrarnos en nosotros mismos. Nuestra misión es testimoniar el amor de Dios en medio de toda la familia humana. Este Proceso Sinodal
tiene una profunda dimensión misionera. Su objetivo es permitir a la Iglesia que pueda testimoniar mejor el Evangelio, especialmente con aquellos que viven en las periferias espirituales, sociales, económicas,
políticas, geográficas y existenciales de nuestro mundo. De este modo, la sinodalidad es un camino a través del cual la Iglesia puede cumplir con más fruto su misión de evangelización en el mundo, como levadura al
servicio de la llegada del Reino de Dios.
La primera fase del Proceso Sinodal es una fase de escucha en las Iglesias locales. Luego de una celebración de apertura en Roma el sábado 9 de octubre de 2021, la fase diocesana del Sínodo comenzará el domingo 17 de
octubre de 2021. Para ayudar a la fase inicial del camino sinodal, el Secretario General del Sínodo de los Obispos, el Cardenal Mario Grech, escribió a cada obispo en mayo de 2021, invitándolo a designar una persona o equipo de contacto para dirigir la fase de escucha local. Esta persona o equipo es también el enlace entre la diócesis y las parroquias, así como entre la diócesis y la conferencia episcopal. Las Iglesias locales son invitadas a entregar sus respuestas a la propia Conferencia episcopal, para poder recoger las ideas antes de la fecha límite de abril de 2022. De este modo, las Conferencias episcopales y los Sínodos de las Iglesias orientales podrán entregar, a su vez, una síntesis al Sínodo de los Obispos. Este material será sintetizado y utilizado como base para la elaboración de dos documentos de trabajo (conocidos como Instrumentum Laboris). Al final, la Asamblea del Sínodo de los Obispos se celebrará en Roma en octubre de 2023.
Como se indica en el Documento Preparatorio (nº 31):
“El objetivo de la primera fase del camino sinodal es favorecer un amplio proceso de consulta para recoger la riqueza de las experiencias de sinodalidad vividas, con sus diferentes articulaciones y matices, implicando a los pastores y a los fieles de las Iglesias particulares en todos los diversos niveles, a través de los medios más adecuados según las específicas realidades locales: la consulta, coordinada por el obispo, está dirigida «a los presbíteros, a los diáconos y a los fieles laicos de sus Iglesias, tanto individualmente como asociados, sin descuidar las preciosas aportaciones que pueden venir de los Consagrados y Consagradas» (EC, n. 7). De modo particular se pide la aportación de los organismos de participación de las Iglesias particulares, especialmente
el Consejo presbiteral y el Consejo pastoral, a partir de los cuales verdaderamente «puede comenzar a tomar forma una Iglesia sinodal».
Será igualmente valiosa la contribución de las otras realidades eclesiales a las que se enviará el Documento Preparatorio, como también de aquellos que deseen enviar directamente su propia aportación. Finalmente, será de fundamental importancia que encuentre espacio también la voz de los pobres y de los excluidos, no solamente de quien tiene algún rol o responsabilidad dentro de las Iglesias particulares”.
Se anima a las comunidades religiosas, a los movimientos de laicos, a las asociaciones de fieles y a otros grupos eclesiales a participar en el Proceso Sinodal en el contexto de las Iglesias locales. Sin embargo, también es posible para ellos, y para cualquier grupo o individuo que no tenga la oportunidad de hacerlo a nivel local, contribuir directamente a la Secretaría General como se indica en la Episcopalis Communio (art. 6 sobre la Consulta del Pueblo de Dios): § 1. La consulta del Pueblo de Dios se realiza en las Iglesias particulares,
por medio de los Sínodos de los Obispos de las Iglesias patriarcales y arzobispales mayores, de los Consejos de los Jerarcas y de las Asambleas de los Jerarcas de las Iglesias sui iuris y de las Conferencias Episcopales. En cada Iglesia particular los obispos realizan la consulta del Pueblo de Dios sirviéndose de los Organismos de participación previstos por el derecho, sin excluir cualquier otra modalidad que juzguen oportuna.
§ 2. Las Uniones, las Federaciones y las Conferencias masculinas y femeninas de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de Vida Apostólica consultan a los Superiores Mayores, que a su vez pueden interpelar a los propios Consejos y también otros Miembros de los mencionados Institutos y Sociedades.
§ 3. De la misma manera también las Asociaciones de fieles reconocidas por la Santa Sede consultan a sus Miembros.
§ 4. Los Dicasterios de la Curia Romana ofrecen su aportación teniendo en cuentas las respectivas competencias específicas.
§ 5. La Secretaría General del Sínodo puede señalar también otras formas de consultar al Pueblo de Dios.
Cada fase de escucha se adaptará a las circunstancias locales. Es probable que los habitantes de comunidades remotas con acceso limitado a Internet tengan una participación diferente a la de los habitantes de las zonas
urbanas. Es probable que las comunidades que se encuentran actualmente enfrentando la pandemia del COVID-19 tengan oportunidades de diálogo y escucha diferentes a las de aquellas con altos índices de recuperación. Sean cuales sean las circunstancias locales, se invita a la(s) persona(s) de contacto
en las diócesis a esforzarse por la máxima inclusión y participación, tratando de hacer participar al mayor número de personas posible, y especialmente a aquellas de la ‘periferia’ que a menudo son excluidas y olvidadas. Fomentar la más amplia participación posible ayudará a garantizar que las síntesis formuladas a nivel de diócesis, conferencias episcopales y toda la Iglesia reflejen las verdaderas realidades y experiencias vividas por el Pueblo de Dios. Dado que este compromiso del Pueblo de Dios es fundacional, y será
una primera experiencia de la sinodalidad para muchos, es esencial que cada ejercicio de escucha local se guíe por los principios de comunión, participación y misión que inspiran este camino sinodal. El desarrollo del proceso sinodal a nivel local también debe implicar:
• Discernimiento a través de la escucha, para dar espacio a la guía del Espíritu Santo.
• Accesibilidad, para garantizar que el mayor número posible de personas pueda participar, independientemente de su ubicación, idioma, educación, situación socioeconómica, capacidad/discapacidad
y recursos materiales.
• Conciencia cultural para celebrar y abrazar la diversidad dentro de las comunidades locales.
• Inclusión, hacer todo lo posible para que participen quienes se sienten excluidos o marginados.
• Asociación basada en el modelo de una Iglesia corresponsable.
• Respeto por los derechos, la dignidad y la opinión de cada participante.
• Síntesis precisas que reflejen realmente la gama de perspectivas críticas o apreciativas de todas las respuestas, incluidas las opiniones expresadas sólo por una minoría de participantes.
• Transparencia, garantizar que los procesos de invitación, participación, inclusión y agregación de aportaciones sean claros y estén bien comunicados.
• Imparcialidad, asegurar que, para que puedan participar en el proceso de escucha se trate a cada persona por igual, de modo que cada voz pueda ser debidamente escuchada.
Se invita a la(s) persona(s) de contacto en las diócesis a recurrir a la experiencia vivida por la Iglesia en su contexto local. A lo largo de la fase diocesana, es útil tener en cuenta los principios del Proceso Sinodal y la
necesidad de estructurar el diálogo, de modo que después pueda ser sintetizado para dar forma eficaz a los documentos de trabajo (Instrumentum Laboris). Queremos estar atentos a cómo el Espíritu habla a través del Pueblo de Dios.